Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
La madera crujía entre lamentos que se multiplicaban, ecos que avanzaban a pasos apresurados, persiguiéndome los sueños como si de una cacería salvaje se tratara. Mientras tanto, aquel punzante acero continuaba clavado en mi pecho; de tanto en tanto, la herida hacía que escupiera astillas, que volaban arrojadas a cualquier sitio.
Me levanté aprisa de donde me encontraba, buscando calmar el suplicio de la forma que fuera, sin importar el costo; entre recetas susurradas al oído, consejos mutilados por el ego y alertas silenciadas por la desidia, quise desprender el metal intentando uno de los tratamientos que no garantizaban un resultado positivo, pero, de cierta forma, mantendría mi pensamiento ocupado, que sería una ganancia para aquel terrible golpeteo de memorias que sentía.
Aunque en realidad todo se complicaría a largo y mediano plazo, nada detuvo mi primer intento por sacar aquella herida que me ardía hasta la corteza. La ruta dictaba que el clavo saldría si insertaba otro de igual o mayor tamaño, pero, según los dichos, tendría que insertarlo lo más cercano a la herida, para que éste le desprendiera de una buena vez.
Nunca tuve fe en ese primer intento, pero resultó peor de lo que esperaba. A partir de ese entonces escupía más astillas y la herida había crecido dos centímetros, contando con dos metales incrustados en el pecho que me ardían hasta la corteza. Busqué con más urgencia retirarles, sin importar lo que costara.
Así, comenzó mi segundo y tercer intento, ambos fallidos; destrozaron mi pecho, dejando algunas secciones conectadas únicamente por aquellos clavos que sobresalían doblados, metales que comenzaban a oxidarse.
Decidí dedicar mi tiempo a perpetrar un intento más, con la esperanza en que esta vez algo cambiaría, y así fue; el último clavo colmó las sujeciones que mantenían a los otros fijos, desprendiendo con ellos una considerable parte de mí. Por fin lo había logrado, sacarme esos pedazos de metal que tenían tiempo conmigo, lastimándome; pero, el precio que pagué fue inmenso, ahora se observaba en mi pecho un hueco que no podía ser reparado ya, una herida que me causó la muerte.
SACANDO OTRO CLAVO
¿Qué tan ciertas son esas historias, que un clavo puede lograr sacar otro clavo?, aquel dicho hace alusión al hecho de desprenderte de algo o alguien introduciendo con fuerza otro algo o alguien en el mismo punto. La lógica nos diría que esto, materialmente no es posible, pero, en ocasiones los ejemplos visuales no son suficientes para entender la analogía y su metáfora.
Sustituir a una persona por otra, buscar rellenar aquellos huecos que tenemos en el corazón con lo que idealizamos como amor, con lo que confundimos con amor; nos va encaminando a un destino funesto, donde los tropiezos nos marcan el ritmo y terminamos arrojados contra las cuerdas, pidiendo tiempo para respirar, sin entender qué hicimos mal, pero sabiendo, que aquella decisión de usar la fuerza para sanar, nos causó nuevas y penetrantes penas.
Uno, dos, tres, cuatro intentos fallidos con el mismo método violento, que sirve como paliativo, sin causar en nosotros ni el menor alivio, provocando con el paso del tiempo que nuestro propio corazón se fragmente y desprenda; haciendo que las nuevas penas se junten con las viejas, que hagan alianza y conspiren, para exigirnos a través de paros y huelgas que nos detengamos a escuchar, forzándonos a hacer algo para sanar de verdad.
Con información de Latitud Megalopolis